lunes, mayo 14, 2007

Daniel Posse - Tucumán - Argentina



.
.
.
.
.
.
.
.
.
CUENTOS




PREMEDITACIÓN


No lo soporto más –afirmó frente al espejo del baño–. Esta noche lo haré –continuó mientras trataba de disimular el moretón en la mejilla con un poco de maquillaje y unos anteojos negros.
Lidia sabía que era una decisión difícil. Harta de esa situación de violencia, vivía cada agresión como una sentencia de muerte que se prolongaba de manera incierta. Nunca sabía cuándo llegaría el final.
Su rostro había pasado de la sonrisa gentil a una imagen tenebrosa en los últimos años. Sí bien primero pareció estar indiferente ante esa situación y después simuló resignación, la verdad es que desde la primera vez que ocurrió, con toda la rabia e impotencia contenida, había empezado a pensar cómo lo haría. Nunca sintió que fuera una cuestión de venganza, sino un acto de justicia.
Con cada golpe, la ira dejaba un saldo de mayor perfección en la planificación de cómo lo haría.
Por momentos entraba en una suerte de contradicciones que la sumergían en un estado de silencio e inmovilidad, con cargas de insomnio y desgano. Con el tiempo dilucidó que era efecto de las promesas de amor eterno que ambos se habían hecho. No era que no seguía amándolo, era justamente por eso que debía decir basta.
De lo que no tenía dudas era de que el acto sería premeditado, pero eso sí, sin alevosía.
Envió a los niños a la casa de sus padres, empezó a preparar la cena como siempre. Picaba la cebolla y trozaba la carne, ahí no pudo evitar reír y sentir algo de placer al imaginar qué respondería ante las preguntas de la justicia. Resolvió que en su declaración diría firmemente que creía que se trataba de un ladrón.
Terminó de cocinar, se lavó las manos. Recordó haber aceitado el arma, haberla cargado dejándola lista.

Estaba templado, la noche era una de esas en las cuales era ideal matar o morir. Arregló su cabello, se puso un vestido nuevo, rojo, que dejaba sus hombros al desnudo y la comisura de sus pechos al aire. Abrió el freezer e introdujo el champagne. Se perfumó y esperó con las luces apagadas sentada debajo de las escaleras. El reloj apuntó las 8 y 45, la puerta se abrió, solo por un instante sintió pena pero al mismo tiempo imaginó cuál sería la expresión de él al sentir las balas entrando en su cuerpo. No le dio tiempo a encender ninguna luz, los chispazos de los disparos irrumpieron y solo se logró escuchar el golpe del cuerpo dando contra el piso. Cortó la oscuridad encendiendo las luces del recibidor y descubrió que había matado a uno de sus hijos.