viernes, enero 11, 2008

Mirta Sema - Tucumán - Argentina

POEMAS

Herbario

A veces me alcanza la serpiente
casi llegando a la ristra
en los arañazos de la vida.
Y ahí estás vos esperándome
con tu manera de ser viento,
de volverte risa,
frescura de río, caricia de begonia
en ese herbario
para el que el tiempo es un ladino
con brazos de eunuco y cimitarra.
A veces sondeo dentro del espejo,
en el infinito,
choco con el lado negro,
me dejo atrapar por el misterio.
Y tu voz está ahí llamándome
al lado blanco de la vida.
Vuelve la calma al río.
La luna despliega a un lado
sus sábanas de nimbos
oscuras crestas que se lleva el río.
Nos abrazamos, juntamos los espejos rotos
Ellos se vuelven cielo,
vuelo de pájaros,
navíos.


Lienzo vital

Empapada en su ternura
quedé atrapada
en el naufragio de sus ojos de abejas.
¡Tanta miel desperdiciada
en la espiral concéntrica de una biografía!.
En la bóveda afrodisíaca de un beso
no hay ayer.
Un mañana inagotable de promesas.
Brotes de conspiraciones clementinas.
El olor de nuestra piel y de la tierra.
Un método se desprende de lo esencial.
El sigiloso cuidado de reconstruir
el lienzo vital
del hombre casi perfecto,
de la vida regular.
De que el último sueño vivido
a la luz primera del día
sea polen que vuela sobre la colmena,
pez mordiendo el sedal,
el tejedor en el punto justo
de la obra concluida,
la llegada de las grullas en el telar.
Beso que acaricia la sonrisa.

Líbano

A la memoria de mi abuelo Don Ramón Sema
El Mansura* profetizó en sus venas
los designios de un destino
que se escribieron con sangre.
Calaron hondo en cada perfil de su memoria.
Escoda fina las palabras de su madre
al despojo definitivo de esa tierra.
Desde el barco
la ciudad se hizo tatuaje del horizonte,
una estampilla postal,
restos de una ciudad sumergida,
niebla de mar.
Su mirada
la perpendicular inmóvil
que fotogrababa el destierro.
Registro inexacto en la vertical del tiempo
que oscilaba entre los mares,
los continentes, los cielos.
Allí estaba él cuando, ya viejo,
buceaba en sus pensamientos.
Campana sin tañido.
Aldaba sin sonido en aquel puerto
en que mutaron su apellido.
Vagó su pensamiento solitario,
dolorido como un gemido,
huérfano de patria, de casa,
de nombre.
Líbano era un águila
que se agitaba en sus latidos
que estuvo en aquel puerto
y lo acompañó siempre en su vuelo.
Su nuevo país
un grito selvático en el pecho,
una lengua desconocida.
Arado de incertidumbre
con refugio de pájaro
con futuro sin vista, ni voz, ni oído
con gusto a desconcierto y tacto de ciego.
La paz,
ese ungüento balsámico del ánimo
se fue acomodando lentamente en su espíritu
dormitando cielos.
Sus manos fueron cuévanos en las vendimias,
trote de potro en el campo,
peces entre las espigas
y el grano se hizo duna
en la tierra del ceibo
con horizontes sin fin.
Tan infinitos que tocaban a los cedros.
Él aquietaba su mirada melancólica
en aquella perpendicular.
El recuerdo fue una serpiente herida
que huyó del corazón del desierto
para zigzaguear a escondidas
en la alborada.

*Mansura: Río de Líbano que pasaba por la finca de, Don Ramón Sema, y su familia donde fue asesinado su hermano Abdala por resistirse a ser secuestrado por los turcos con el fin de llevarlo a otro país para luchar en la guerra.


Diez anturios

A la memoria de mi abuela Doña Dora Diez de Vidal
Agua de alba en las pisadas frescas
junto a la acequia de las granadas.
Su presencia temprana
afinaba el concierto entre las aguas
y el canto de los picabueyes
que acompañaban al ordeñe.
Ritual mañanero de brebaje espumante
blanco como las calas
-que clareaban con la luna
los alambrados alrededor de la casa.-
Ella era el espíritu de los campos,
de los robles
que ennoblecían su sangre española.
Nueve partos marcaron su cuerpo delgado.
Diez anturios* contaron su almácigo.
Nueve niños detrás de sus faldas jugaron.
Ellos perfumaron las tierras
de cañaveral y mazorca
que se fundían cuesta abajo
con la cintura del río Marapa.
El picafuegos atizaba las brazas.
El tintineo de la tapa de la pava
era la acústica esperada
cuando sonaba en el patio el maíz
que comerían las aves.
Nueve partos marcaron su cuerpo delgado.
Diez anturios contaron su almácigo.
Nueve niños detrás de sus faldas jugaron.
Su presencia era Castilla.
En las noches,
su mirada se perdía en el campo
detrás de la fogata,
ella atravesaba el monte de los piquillines
y de las algarrobas.
Se regocijaba en las matas
de maravillas de cien colores
que de noche fosforescían y daban luz
al ala este de la casa
y en las parcelas infinitas de negra resaca.
Encandecían la oscuridad
millones de esmeraldas colombinas,
tucos que alimentaban los mitos
hasta que las hadas del sueño,
coronadas de pasionarias y de lilas,
lograban que reinara el silencio,
porque a la mañana siguiente,
otra vez con las luces del alba,
ella caminaría erguida por la casa.
Nueve partos
aunque diez anturios contaron su almácigo.
Solo nueve niños detrás de sus faldas jugaron.

*Anturio: Planta y flor tropical originaria de Venezuela, de hermosas hojas acorazonadas aterciopeladas de color verde intenso. De flores rojas o rosas semejantes a las de las calas, pero más pequeñas. Las hojas y las flores se dirigen en todas direcciones como si todas nacieran de un mismo útero. Es una planta multípara.