viernes, enero 11, 2008

Ramón Canalís - Haedo - Buenos Aires - Argentina












CUENTO





¡Pucha que es vivo el Moncho!
No ha cumplido los diez años y quién lo ve, tan avispado...
La última inundación, allá en el Chaco, le llevó a su padre el poquito de maíz, dos vaquitas, una chancha con su cría, los colchones y las ganas de seguir viviendo, de seguir sufriendo.
¡Se colgó el hombre!
De la rama de un lapacho negro.
Se colgó el hombre.
Sin tener qué comer, ni dónde dormir, se largó la China, con sus dos hijos, para Buenos Aires.
La esperaba un cuñado.
Aquí, en la villa.
En la Carlos Gardel .
¡Linda y hambreada la China !
Y con dos hijos: Moncho el mayor, y Claridad, de cuatro años.
Debió pagar cara la pieza en la casilla.
El cuñado se las cobró en especies.
¡Carne sabrosa la de la China!
¡Hembra cómo pocas!
¡Labios y muslos ardientes!
¡ Casi una diosa!
Pero... Se cansó el hombre.
La obligó a ir de puta a Liniers. Debajo del puente.
Si, ahí, dónde Rivadavia se hace provincia.
¡Mala época! No se acercan ni los perros.
O lo que es peor: algún borracho tirado.
Menos mal que el Moncho se las rebusca.
Vende diarios.
Empezó en Ciudadela. Frente a la estación.
No pasaba nada.
A parte, una mañana le afanaron cuatro pesos.
El patrón no le creyó y lo echó a la mierda.
Le vino bien al Moncho que lo despidieran.
En esa parada no se vendían ni doce diarios por día.
Y hay que estar a las seis de la mañana, cuando hace frío.
El pibe se fue para Ramos.
¡Tiene clase este Moncho!
Se lo conversó al diariero del quiosco de la estación y aquel le dio laburo.
Eran dos canillitas. El otro sobre Avenida de mayo, él sobre Rivadavia.
¡Que bronca que le daba! El otro pibe vendía casi el doble que él.
Lo empezó a junar.
Se dio cuenta.
¡Claro!, El pibe gritaba los titulares.
Él empezó a hacer lo mismo.
Primero lo emparejó, pero después se lo comió crudo.
¡Es rápido este Moncho!
Ahora su hermanita toma leche todos los días y hasta le compra un alfajor de cincuenta.
Eso sí, le costó un poco la cosa de los titulares.
Claro, él no sabe leer.
Por eso se levanta a las cinco y los escucha atentamente en la vieja radio portátil de la cocina.
Después.
¡Con la memoria que tiene!
No se olvida ni una coma, no se olvida.
¡Diarios, a los diarios, diarios!